Intenté y fallé, pero hubo un momento exacto en que todo cambió.
Como si alguien hubiera encontrado un interruptor dentro mío y lo hubiera presionado.
De repente, dejé de sentir.
No era solo tristeza: era un vacío tan profundo que creí que mi cuerpo no podría soportarlo.
Cada respiración dolía, cada latido parecía arrastrar un peso que no era mío,
y sentí que mi corazón, mi pecho, mi propia carne, conspiraban para apagarse junto con el amor que creí eterno.
No hubo gritos, ni lágrimas desbordadas, solo un clic que me dejó en penumbras.
Sentí que algo dentro mío se extinguía,
como si una parte de mi alma hubiera decidido rendirse antes de que pudiera decir adiós.
El mundo siguió girando, y yo me quedé ahí,
observando cómo todo aquello que me había hecho vibrar ahora parecía ajeno,
como si caminar fuera un acto imposible, y respirar, un milagro que no me pertenecía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario