martes, 9 de septiembre de 2025

Vos-yo-ella

Me preguntaban que era lo que te había visto, y yo pensaba en lo errado de la pregunta. No te había visto. Me había visto. Me amé en vos. Me vi con esa carcajada de nena descontrolada, encima de la mesa. Con ese corazón un poco roto, que parecía estar sanando. Conocí mi templanza, mi espera y mi armonía. Mi felicidad inquebrantable y mi deseo deseando desde las entrañas. Deseándome, deseándote. Encontré mi simpleza y mi amor desinteresado. Mi mirada cómplice y mis consejos más sinceros. Confirmé mi carencia de abrazos y me descubrí gozando en tus ojos, clavados en mis pupilas. 

Viajé con la cabeza a todos los lugares del mundo de tu mano. Me vi en la playa (y eso que la odio), en la montaña, en el frío y en el calor. Aunque con un vino en la mesa y un poco de música de fondo, tenía ya todos los viajes viajados. 

Me escuché la voz que nunca me había oído. Te hablaba con una dulzura que se me impuso sin calcularla. La ansiedad de verte me devolvió las ganas de pedirte que no te vayas (dios, cuanto quería que no te fueras). Que te quedes. Que me salves. 

Me miré por dentro y descubrí que estaba amando mejor. Mejor que cuando evidentemente no amaba. Te extrañé y me propuse animarme a dar ese salto al vacío, a la nada y al todo (y me la di de lleno contra el piso).

Con vos, quería escaparme de todo lo ya establecido. No me comió una sola duda, no tuve una sola pregunta. Solo mis propias respuestas. Ahí yo me quería quedar. 

Por dios, juro que siento que debería estar sanando y no lo estoy haciendo. Me arrancaste lo mejor de mi y te lo llevaste sin mirar atrás. Te lo llevaste y se lo diste a ella. Y yo me quedé acá, aprendiendo a abrazar mi vacío. A reconocer que lo mejor de mí ya no iba a volver por qué ella se lo había ganado sin ningún esfuerzo. 

Mi botón de apagado se rompió, de tanto usarlo lo gasté y ya no funciona.  

Sola

 Hace un tiempo, me dijiste golpeándote el pecho, que me las arregle solita.
"No cuentes conmigo para nada". Así. De forma literal. 
Te juro que nunca vi a nadie tan inquebrantable en su promesa. Las cosas pasaban, la vida me dejó varios moretones, y vos firme al pié del cañón de tus palabras. 
Me pasó de todo. El agua al cuello. La soga en la garganta. 
Y sin embargo, a vos no se te movía una coma. 
Una altura que hasta me daba envidia. 
Quieto. Inmutable. Seguro. Frío. Un témpano de hielo. Una mierda.
Yo, un poco ingenua, seguí insistiendo hasta hace pocos días. No es que te necesitara a vos. Creeme lo que te digo. Solamente necesitaba comprobar que esa porquería que te había tomado todo el cuerpo como una metástasis inesperada se había reciclado en otra cosa. Qué sé yo. No lo sé. Pero supongo que la falta de empatía tiene un límite y yo quería verle la cara al tuyo. 
Siento que debería estar sanando y no lo estoy haciendo. Me estoy comiendo la lengua para no llamarte y pedirte que me expliques si a vos también te duele el mundo como a mí. Aunque seguro que no. Seguiste la vida impunemente.
Y acá estoy, escribiéndote sin que lo sepas como siempre.
Tal vez esta sea mi forma de aliviar lo que pesa, de arrancarme de encima lo que nunca vas a cargar conmigo.
Porque si vos fuiste un témpano, yo aprendí a arder.
Y aunque todavía me queme, prefiero mil veces el fuego a esa quietud tuya que nunca abrazó nada.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Tenés que saber.

Tenés que saber que me haces falta,
que los días se van lentos cuando no aparecés en ellos,
que el café no sabe a nada y que las risas ajenas no alcanzan,
que me pasaron cosas especialmente buenas, y otras tantas absurdamente malas, 
que me hubiera gustado contarte. 
Tenés que saber que vengo luchando, con pérdida por goleada, 
para no dedicarte ni una sola de mis palabras,
que fracasé de manera rotunda, en el ridículo intento de alejarme.
Que todavía sueño con tu voz en mis noches mas silenciosas.
Que hay un montón de canciones que tuve que dejar de escuchar, esas que eran tan nuestras...
Que hay lugares que se la pasan hablando de vos, 
por que seguís ahí, en algún rincón del recuerdo,
esperando sin saberlo. 
Tenés que saber, que solo estoy fingiendo estar bien,
que, a pesar de mis intentos de olvido, 
siempre te escabullís entre los puntos y las comas,
que a veces sonrío cuando el viento sopla algún recuerdo.  

Los fantasmas que siempre fuimos.

Tenía catorce años y el mundo todavía era un borrador. No sabía nada del amor, pero creía que ignorar un mensaje podía hacerme sentir más ...