Salí de mi casa con paso apurado,
iba a algún lugar, pero no sabía dónde.
Escuchaba el sonido de mis pasos desorientados;
caminar sin rumbo ya se me había hecho costumbre.
A medida que dejaba cuadras y calles atrás,
el ritmo de mis pisadas iba retardándose,
y me devolvían un leve eco,
que me hacía notar lo sola y desierta que estaba la cuidad...
El viento fumaba mi cigarrillo a medias conmigo;
me entretenía mirando las irrepetibles figuras del
humo desgajándose en pleno vuelo...
Me encantaba sentir, por sobre todas las cosas,
el calor abrazador en mis dedos de la última pitada,
aunque eso significara, el final del cigarrillo...
Era entonces cuando me daba cuenta que mi vida
estaba llena de finales, todo el día, todos los días,
que cada suspiro significaba un final, y que
estaba muriendo, irrebocablemente, a cada segundo...
Pasaban las horas. Yo seguía sumergida en
el mar de pensamientos de mi cabeza,
sin salir a flote en ningún momento para
saber dónde me guiaba mi caminata nocturna...
Después de todo, eso no importaba,
ni siquiera yo soy dueña de la patria potestad de
mi propia vida, ya que pertenece al destino,
o a algún Dios, si es que existe...
En el camino, ocasionalmente, me topaba con gente sin rostro,
y llegado el alba, ya comenzaban a pesarme los
párpados, como si mis pestañas estuvieran enchapadas en plomo...
Nunca entendía cómo, pero en el transcurso de
mi lapso inconsciente, volvía en mí,
reconociendo una puerta que me era muy familiar...
Una entrada o una salida dependiendo de cómo
se la mirase. Era mi casa. Siempre volvía por lo
mucho que caminara, por lo poco que conociera los
barrios. Porque el hombre siempre se va,
pero siempre, siempre vuelve para morir en sus raíces.
El final es donde partió.
lunes, 19 de noviembre de 2012
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1 comentario:
"El final es donde partió". Muy hermoso
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