Ahí tenias lo que querías. Sobre la mesa. Servido y en bandeja. Quizás mejor de lo que alguna vez soñaste.
Lo querías, lo fuiste a buscar. Y lo tuviste de frente por un buen rato. Y ese rato fue suficiente para destruir lo que vos mismo saliste a comprar. Tan hermoso era que no lo aguantaste. No sabías ni cómo se agarraba.
No pudiste cuidarlo por tu propia torpeza. Por tu incapacidad de vivir algo distinto. La vida te dió cartas diferentes. Impecables, guardaditas en una caja de madera. Te llenaste de mil excusas y te retiraste antes de siquiera jugar.
No te animaste a más. No te animaste a cantar vale cuatro. No te animaste a ser feliz. No pudiste abrazar algo distinto. No supiste cómo hacerlo y te resultó más cómodo estrellarlo contra la pared.
Lástima y dolor. De a ratos me da hasta pena. Impotencia. Saqué todos mis ases de abajo de la manga. Me quedé sin cartas.
Pero es verdad lo que dicen por ahí. Para volar, no solo hacen falta un buen par de alas. También hace falta tener un cielo. Y para tenerlo hay que tener los huevos suficientes para mirar bien arriba.
Volar bajo vuela cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario