Ella
jugaba con su muñeca en el jardín, el timbre del recreo anunciaba que
era la hora del te con galletitas. Al sonar las 12 del mediodía él venía
a buscarla para emprender el viaje de regreso a casa.
Al día
siguiente, por la mañana, él la despertaba con un beso y ella con los
rulos todos despeinados le dedicaba una sonrisa de buenos días.
La
llevaba de la mano hasta la puerta grande de color verde, y la vigilaba
hasta que contenta se disponía a jugar con sus compañeros.
Y así transcurrían sus días, unidos, por un lazo muy fuerte.
Y hoy, ella ya no sabe, si es el recuerdo, o el recuerdo de un recuerdo
lo que va quedando en la memoria. Ya que de ese lazo, lo que solo queda
es eso, memoria.
jueves, 10 de julio de 2014
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