Decile que no la amas. Que no soñás con morirte al lado de ella. Que en la foto de tu sueño no es que no la veas, ni siquiera la imaginas.
Avivala. Explícale que tu ausencia es por desamor y no por miedo. Que tú corazón no bombea su nombre. Hacele entender que su intuición se equivoca. Que lo que no le decís es por qué no lo sentís, no por qué no te sale o no te animas.
Rompele el cuento de hadas. Reite en su cara. Que se entere que vos no sos su Peter Pan. Que no viniste a rescatarla de este mundo.
Avisale. Que vos cerraste este cuento hace rato. Pedile que siga sin vos. Asegurale que no tenés nada para darle. Que no querés ni siquiera regalarle el tiempo que te sobra. Matala con las palabras. Con el desprecio y la indiferencia. Terminale esa agonía de una vez.
Necesita que le escupas la verdad en los ojos y entender, a la fuerza, que no te importa una mierda. Pedile que no te llame más. Pedíselo por qué no entiende. Decíselo de una vez. Gritáselo si vez que ella insiste.
Terminala con este tango de cuarta y decile que no sea boluda. Que ni se te ocurriría regalarle un domingo de tu vida. A ver si entendés. Necesita morirse de dolor. Merece renacer. Ayúdame, que a mí no me escucha. Ayudala, por qué sola no puede.
Se va a morir solo por un rato. Yo la conozco. Se va a meter en la cama, se va a hundir ahí adentro hasta ahogarse con sus lágrimas y después va a salir reciclada. Cómo hizo siempre.